98. COMPLEMENTOS
- Pajas Bravas
- 23 sept 2014
- 3 Min. de lectura

Es sabido que, cuando un problema grave atraviesa una pareja, la pareja es puesta a prueba de fuego. Las bases deben soportar presiones externas y demostrar cuán compacta está la yunta. Cimientos antisísmicos que soporten la tensión de los embates y aislantes que mantengan la unidad de este par de personas que desean, ante todo, salir a flote. Un problema puede unir o separar a una pareja. ¿Qué hizo que la mía se fortaleciera? Creo tener la respuesta. El complemento. En principio, siempre fuimos una pareja muy unida. Lo que nos desunió físicamente, hablando de la enfermedad de nuestra hija, nos unió espiritualmente. Durante cinco meses, me tocó vivir en el hospital con Carola, y mi marido en casa con nuestros otros dos hijos. Nos veíamos algunos días y, en caso contrario, hablábamos por teléfono. Mi función era la de estar, literalmente hablando, con la gorda encima mío día y noche. Todo lo que hacía era esperar novedades, rogar por el milagro, discutir con los médicos y tragar las novedades sin masticarlas. El hospital, temiendo que una madre atrincherada en un cuarto estuviera perdiendo su cordura, habilitó un psiquiatra con el propósito de hacerme entrar en razón. Pobre hombre, fracasó. La función de mi marido fue la de ser madre y padre, ama de casa y empleado, dueño y sirviente, remisero, cocinero, maestra particular y sustento emocional de nuestros hijos. Yo, desde el hospital, no envidiaba para nada el cargo que le había tocado a mi marido. Y él confesó, un tiempo después, que no hubiera soportado mi puesto. Los dos, en todo momento, teníamos la mirada fija en nuestra hija. Ninguno de los dos se puso en el papel de víctima, ni dio los brazos a torcer. Ninguno de los dos puso piedras en el camino del otro. No hubo una sola queja por parte de ninguno porque, con sólo mirar al otro, veíamos la carga de días agobiantes y el terror de una mala noticia en cada pestañeo. Los dos, y con la misma intensidad, valorábamos y apreciábamos lo que el otro estaba haciendo por ésta familia malherida. No había lugar para otro protagonista que no fuera esa bebita tan dulce y llena de vida celestial que tuvimos la dicha de llamar hija. Éramos un columpio invisible que balanceaba nuestros estados de ánimo. Algunas veces, cuando mi pesimismo me dominaba, necesitaba con desesperación la visión esperanzadora de mi marido. Aunque también por momentos, como columpio que éramos, era mi turno de levantarle el ánimo cuando era él quien perdía la esperanza. Hubo ateneos atestados de médicos en donde mi marido no pudo hacer una sola pregunta porque sus cuerdas vocales no se lo permitieron, y yo me cargaba la mochila soportando respuestas como: “Valy, vos nos preguntas si va a poder caminar, y nosotros estamos queriendo que entiendas que no sabemos si va a poder vivir”. Creo saber porque nuestra pareja pasó la prueba. Creo suponer porque salimos fortalecidos. Lo que no creo, sino que estoy absolutamente convencida, es que no hubiéramos podido salir adelante si no hubiéramos estado juntos. Y finalmente, mi hipótesis. Ser Yin Yang es fundamental para que el problema fortalezca a la pareja y no la destruya. Ser más fuertes juntos que separados. Ser complemento el uno del otro. Perfeccionarse mutuamente. Lograr comprender a tiempo que se sienten más plenos al estar unidos que solos y tener el coraje de decirlo como un Jerry Maguire cualquiera. “Tú me complementas”.
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