96. ABUSO DE AUTORIDAD
- Pajas Bravas
- 17 sept 2014
- 2 Min. de lectura
96. ABUSO DE AUTORIDAD Voy a hablar de algo más recurrente de lo que parece, el abuso de autoridad. Los adultos la hemos padecido en muchas y muy variadas circunstancias. Todos hemos tenido que someternos, de buena o mala manera, a nuestros padres, a los maestros, los policías, los curas, los jefes, los presidentes, y la lista continúa. La autoridad bien comprendida y ejercida es muy necesaria para el orden de un grupo, de una sociedad e inclusive de un país. La desigualdad de autoridad es muy peligrosa mal utilizada. En muchas oportunidades hemos sido víctimas de abuso de autoridad, también denominado, abuso de poder. ¿Quién no ha tenido un jefe que llevaba consigo los problemas caseros, y descargaba sobre sus empleados aquellos rugidos por no haber sabido canalizar su bronca donde correspondía? Yo la tuve y fue realmente duro. ¡Durísimo! Estos personajes que se aprovechan de su jerarquía intimidan, humillan y agravian a los sumisos y mansos que no tienen otra alternativa que seguir aguantando. Pese a haber sufrido maltratos de este tipo, parecería que muchos adultos no hemos aprendido nada de aquella nefasta escuela. Sin ir más lejos, y aunque me de vergüenza admitirlo, yo he ejercido alguna vez mi autoridad de manera abusiva, aunque sea con un simple grito. He colaborado con esta horrorosa práctica, y los maltratados no han sido otros que mis hijitos. De la misma manera que los abusadores se desquitan con sus subordinados; los padres, cargados con problemas laborales, de pareja, financieros, de estrés o colmados y saturados de tanta violencia acumulada en la calle, llegan a casa y embisten contra estas pequeñas victimas que no son más que niños. Ningún berrinche, ninguna mala nota, ningún desafío, ninguna riña entre hermanos justifica los gritos, el clásico pellizcón cobarde en el brazo, el empujón rastrero, el odioso tirón del siempre a mano puñadito de pelos, las inaceptables marcas de uñas, los insultos denigrantes. Esto es abuso. En el momento en que fuimos capaces de copiar este método de dominación, en el mismo momento en que decidimos practicarlo en casa con nuestros hijos, y desde el momento en que no logramos empatizar con el sufrimiento de ellos, somos tan abusadores como cualquiera. Estamos frente a niños que absorben nuestro despotismo. Tenemos que ser capaces de darnos cuenta que los gritos y el maltrato no llevan a buen puerto. Los chicos no son el problema; el problema, como siempre, somos los adultos.
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