93. MI LIMITADO PODER DE RESUMEN
- Pajas Bravas
- 10 sept 2014
- 2 Min. de lectura
Ayer recibí un mensaje, mitad confesión, mitad despedida. En este comentario pude percibir que era un desahogo más que un saludo final. Un hombre muy educado me escribió: “Señora, es todo muy lindo pero muy largo. Si ud. no aprende a resumir más, yo no la podré seguir leyeno”. Y así, sin más, cerró de un portazo. No es la primera vez que me dicen que son un poquito largos los relatos. Intenté acortarlos, pero se ve que el amable Señor del mensaje tenía razón, no sé resumir. Podría marginar algún ejemplo, o hacer que las conversaciones vayan bien al grano (como le gustaría a mi marido que habitualmente me interrumpe, muy amablemente también: “Bueno dale, ¿y entonces?”), pero es evidente que no puedo. A partir de ahora comienza el resumen, lo anterior no cuenta. Quiero decir que me impresiona lo poco que leemos. Tampoco es taaaan largo lo que escribo. Y hablando específicamente de la lectura de la que vale la pena, la de los libros que transportan, que educan y alimentan el alma, veo una crisis crónica generalizada. Mi mamá lee mucho más que yo, pero mi abuela lee muchísimo más que mi madre. La actividad de reposar sobre el sillón para disfrutar un buen libro parecería estar mal visto, como si se tratara de ociosidad. Siempre hay alguna otra tarea que le gana en importancia y/o urgencia, y el libro termina macerándose sobre el estante. Admiramos a quienes leen asiduamente, pero en nuestro ensamble de contradicciones, no hacemos mucho para parecernos. Quisiéramos que nuestros hijos leyeran más, pero seguramente haya más dinero invertido en celulares y computadoras, que en las bibliotecas de la casa. O peor aún, pretendemos incentivar a nuestros retoños con frases poco felices: “Bueno chicos, se terminó la diversión, es hora de lavarse los dientes y acostarse a leer… Sí gordo, se acabó la farra, si no querés leer, vení que te paso el peine fino. Bueno, dale entonces, ponete a leer o apago la luz”. Divina la madre. El cepillado de dientes, la lectura, los piojos y el corte de luz, todo junto en la misma bolsa nefasta de las cuatro cosas que más odiará mi hijo el resto de su vida. Listo, no sigo porque no quiero darle la razón al Señor que detecto uno de mis defectos. Y, si esto no fue lo suficientemente resumido, tal vez la culpa no sea mía. ¡Que poco leemos!
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