92. DISCULPAS
- Pajas Bravas
- 8 sept 2014
- 2 Min. de lectura
La etapa de la vida que me atraviesa es agotadora. No soy ni tan joven como para no ser responsable de mis actos, ni tan grande como para que los errores de mis hijos no me atañan. Por eso cargo con el peso de mis culpas, sumado a las de ellos. - ¡Gordo, cuidado con la Señora! ¿No la viste? (A la Señora) Te pido mil disculpas… - Gordito, ¿qué significa esta nota en el cuaderno de comunicados? ¿Qué pasó con el compás y la escuadra que te compré ayer? ¿Por qué tengo que recibir esta nota? “Querida mamá, su hijo no tiene los elementos de geometría. De esta manera no puede trabajar y se retrasa”. Gordo, ¡será posible, carancho! (A la maestra) “Querida Silvia, Te pido disculpas, ya compré los elementos que faltaban”. - ¿Corcho, mordiste a un amigo? ¿Corchito, mordiste a un amigo del cole? ¿Corcho, vos mordiste a un amigo del cole? (Es el monólogo del copiar y pegar la misma frase hasta lograr la acentuación adecuada para que mi hijo de dos años comprenda lo que pregunto). Ahhh, Corcho, mordiste a un amigo. Bien. ¿A quién? … Bueno, no se muerde, Corcho. ¿Entendiste? NO se muerde. (Una llamada por teléfono) Hola, ¿podría hablar con la mamá de Lolo? Ahhh, que tal, soy la mamá de Corcho. Llamo para pedirte disculpas… ¿Cuándo pasaron a ser misculpas tantas disculpas? Esto solamente se soluciona con la venganza de la madurez, la temida ancianidad. ¡A la vejez, viruelas! La experiencia y sus licencias. La edad con su maestría es la experimentación constante del hombre sabio batallando contra la falta de destreza. Y cuando lleguen mis días de erudición comprobaré mi teoría. Mi bastón prepotente me habilitará a cruzar la avenida por la mitad de la calle. Desacreditaré a todos los novios de mis nietas por holgazanes y mediocres. Llamaré por teléfono a mis hijos y nueras los sábados por la mañana para comentarles acerca del deleite de desayunar escuchando la Sinfonía Fúnebre y Triunfal opus 15, tomando un tecito sin leche, que de hecho es una desgracia haberme quedado sin leche, pero como nadie nadie me viene a visitar, tampoco se enteran que estoy a oscuras porque no puedo abrir los postigos… Posiblemente, para ese entonces, no recuerde mi teoría, y tampoco escuche a mis hijos decir: “Te pido disculpas, es mi vieja. ¿Qué vamos a hacer? Hay que tenerle paciencia”. Todo subsanado. Se ha compensado la deuda. Quedamos hechos. Y recién ahí se cumplirá una vez más esta rueda que es la vida. ¡Misculpas pasarán a ser sus disculpas!
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