91. MUERTA Y DESPECHADA
- Pajas Bravas
- 5 sept 2014
- 2 Min. de lectura
Anoche me desvelé mirando una película que tenía como tópico la misma temática que me tuvo tan pensativa esta semana: la de aprender a dejar ir. ¿Casualidad? Se trataba de una esposa y madre que se muere y deja unas cartas para eventos futuros: el cumpleaños de 18 del hijo, el casamiento de la hija, una para su marido y, finalmente, una que decía: Para ella. Por "ella" seentiende que es la nueva mujer que le robará el corazón a su marido y acopiará a los niños. Y bueno, yo estoy atravesando una semana sensiblera y con cierto grado de inefable entendimiento. Entre balances y prioridades, finalmente puedo sentir la paz de saber que soy dueña de absolutamente nada. Ostento posesiones que no poseo porque de verdad no son mías. Las cosas que tengo y que solían importarme muchísimo, corren riesgo de perderse, romperse o caer en manos del entusiasta de lo ajeno. Si son fácilmente reemplazables, no debería despilfarrar lágrimas; ahora, si se tratarán de objetos irreemplazables, tampoco. Los whiskys se toman, las esencias se esfuman, el vino se pica, la comida se pudre, el helado se calienta, el café se enfría, los pesos se devalúan, la cristalería se cacha, los hijos se van, el alisado se enrula, la cinta de los cassettes se estira, el cuerpo se cansa, las fotos pierden color, la correa de distribución se corta. Podría seguir toda la vida con un listado infinito de cosas que se corrompen o dañan con el paso del tiempo. Parece que el tiempo es el destructor de todo, salvo de las heridas del alma. Lo que siento es que si me puedo liberar de la presión de sentir que las cosas son mías y que deben trascenderme para que las hereden mis hijos, consigo aprovecharlas. Si les quito el grado de importancia que los vuelve esenciales y logro transformarlos en superficiales, podré disfrutarlos. Si puedo entender que son sustantivos comunes concretos e individuales y que se escriben con minúscula, tal vez logre entender que, más allá de que digan “Ray Ban”, no son más que anteojos. Entonces, y recién entonces, se liberaría la tensión que amenaza con quebrar permanentemente la armonía de mi endeble humor. Si permanezco parada con las manos llenas de ayeres, no podré sostener los presentes, regalos que me obsequia la vida. Por eso, teniendo todo esto tan claro decidí auto-evaluarme: ¿Puedo dejar ir a mis hijos? Si. ¿Puedo prescindir de todo lo material que era elemental en mi vida y dejar de amenazar a mis hijos si lo rompen? Si, definitivamente. ¿Estoy segura que puedo dejar ir todo lo que me ata a este mundo y ser libre? Por supuesto que si. ¿Sería capaz de escribir cartas amorosas para eventos importantes sabiendo que no estaré presente? Sin dudarlo. ¿Podré dejar libre a mi marido para que rehaga su vida cuando yo no esté? No.
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