86. ¡ORGANIZATE!

Mi cuerpo desnudo, aún tibio por el calor de aquella ducha reparadora, entró a la habitación. Iluminada por la tenue luz del televisor, dejé caer la toalla que resbaló hasta quedar tendida a mis pies. Me sentía muy sexy. Con el empeine de Laura Fidalgo, saqué una pierna, luego la otra, de aquella boa que se había formado sobre la alfombra. Caminé con estilo hasta el cajón de los pijamas. Era consciente de que me estaba mirando. Sabía que me deseaba. - Gorda, ¿cuándo retomás Pilates? - ¿Ehh? ¿Me hablaste? - Si, gordita. ¿Qué cuándo retomás Pilates? Como una patada seca en la cabeza, sus palabras me devolvieron a la realidad. Miré mis piernas aún desnudas y una depilación que incurría en morosidad dejaba al descubierto el brillo de una cosecha tardía. Entendí que la toalla no pudo haber resbalado, debió caerse por acción de la misma gravedad hostil que arremete contra el resto de mi cuerpo. Enseguida, el empeine de la Fidalgo era lo único sexy que me quedaba. Decidí aflojarle a la tensión en mi piecito, ya no tenía sentido seguir con la farsa. - ¿Cuándo querés que vaya? - Al mediodía es un buen horario. - ¿Y qué hago con Benjamín? - No sé, pedile a alguien que lo cuide. Podrías contratar a alguien… - No voy a pagar Pilates, que es carísimo, y agregarle los honorarios de una niñera… - ¿Qué te parece a la tarde? Cuando llego me quedo con los chicos… - ¿Vos te podes comprometer a llegar dos veces por semana a las 18 hs? - Noooo, gorda. No puedo, y lo sabés. Pero más tarde… - ¿Qué? ¿Tipo 19 hs? Dale, ¿en serio me decís? A esa hora empiezo con los gritos, los chicos con las excusas, la comida, los baños. ¡Imposible! - Bueno gorda, no sé. ¡Organizate! “Organizate” fue la última aseveración que hizo. Después decidió que venía el punto final. Y así sin más, giró y se hundió en la almohada. Zeus. Amo y patrón. El dueño absoluto de sus horarios, se durmió con la paz de un santo. Pero no nos confundamos, este señor no es ningún santo. Es un impertinente, un indisciplinado que siendo pecador, tira la primera piedra. Tira la piedra y esconde la cabeza. Esconde la cabeza, y lo bien que hace. Detecta el problema, diagnostica pero no trae soluciones. Y peor aún, entre líneas deja entrever que soy una incapaz de organizar mis tiempos. Por ende, se defiere que esta inhabilidad de ordenar mis prioridades me hace cómplice de mis carnes laxas. ¡No señor! No me va a tirar el fardo. Yo soy la viva imagen de la armonía del hogar. Soy nutrida causa del acuerdo tácito que me ubica en el rol de la que absorbe los problemas domésticos y se los engulle. Soy manantial que alimenta a la familia en el virtuoso arte de ayudar a transitar la vida. Soy razón sustentada del equilibrio emocional y académico de nuestros hijos. Soy el robusto motivo que le concede a este señor una agenda exonerada. Soy la fornida y adiposa mujer que aliviana el andar de quien duerme tan pacíficamente. ¡No señor! No se trata de poder organizarme, se trata de que él vive en zona liberada y yo en estado de sitio.

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