77. HOMBRECITOS
- Pajas Bravas
- 16 jul 2014
- 2 Min. de lectura

He podido experimentar que puedo sobrellevar mis propios sufrimientos y cargar con mis propias penas, aún cuando sean pesadas. Es justamente cuando no soy yo la que sufre, que me vuelvo vulnerable.
El peso de la angustia de mis hijos, me derriba y echa por tierra la robustez de mi temperamento. Quisiera poder ahorrarles el lamento y allanarles el camino pero, ¿qué debo decirles? ¿Qué ya volverán a amigarse y que esta pelea, tan intensa como dramática, quedará en el olvido? No me creerán. ¿Qué la nota de la prueba de lengua es tan insignificante en la vida de un hombre que mañana quedará oculto tras la novedad de una nueva calificación? No darán crédito a la experiencia. ¿Qué aquello que dicen que odian y lo llaman “un defecto” no es más que la distorsión o visión malintencionada de otros que desean dañar? Pensarán que los subestimo. ¿Qué siempre hay tiempo para arrepentirse? ¿Qué la angustia se marchará en tanto y en cuanto sean humildes y aprendan a pedir perdón? ¿Qué de la mano de la valentía viene la del consuelo? Presumirán que les estoy soltando la mano. ¿Qué el dolor que produce la injusticia es grande, pero que es mucho más grande el dolor que causa saberse injusto? ¿Qué el rencor y la culpa envenenan? ¿Qué la venganza no lleva a buen puerto? Dudarán de mi juicio y supondrán que es falta de empatía. ¿Qué su hermana está mejor en el cielo que en la tierra, junto a nosotros? ¿Qué su partida fue muy generosa? Sentirán bronca por tener una madre tan insensible.
Cuando veo uno de mis hijos llorar desconsoladamente o los noto estresados, cuando la preocupación los envejece, me vuelvo endeble en privado pero sólida en público. Mi deseo más animal es comerme el mundo por ellos pero me obligo a verlos como hombrecitos. Son niños ensayando. Si los acompaño a atravesar sus aflicciones y dejo que las superen aprendiendo de ellas, serán hombres valientes que conocerán de esfuerzo y victoria.
¿Qué si me duele verlos mal? Me destruye.
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