67. TODOS LOS BENJAMINES, MI BENJAMÍN
- Pajas Bravas
- 12 jun 2014
- 2 Min. de lectura

Es como si el vasto canal de parto, ya laxo y dilatado, por el que tienen que atravesar los últimos hijos, fuera una verdadera revelación. La tensión la absorbieron los primeros y ellos llegan cómodamente a este mundo tolerante y complaciente que los recibe con los brazos abiertos.
- “Yyyy, ¿qué querés? Siempre va a ser mi bebito…” - “Pero si es tan chiquito…” - “Chicos, vengan acá. ¿Qué le hicieron? No me digan que nada. Algo le hicieron, miren como llora…” - “Bueno, que lo eduquen en el colegio. Para algo lo mando. ¿No es cierto, campeón? Para algo te mando..." - “¿Cómo le voy a decir que no? Mirá la carita que tiene, pobre santo. Vení Corchito, yo te acompaño.” -“Dejalo que manche el sillón tranquilo. Es plasticola, no pasa nada. Yo después lo limpio. ¿No ves que está explorando? Dice la maestra que es desarrollo sensorial.” - “Chicos, a ver… A Uds nunca les compré algo así porque me parecía importante que entendieran que la marca no es imprescindible. Tener esto no los hace más importantes. Lo esencial en la vida pasa por otro lado. ¿Me siguen? A él se la compré porque es chiquito y me lo pidió”.
Los últimos, los más chiquitos, los pichoncitos. Según sus hermanos, los más afortunados, los mimados y consentidos. Para las periferias, son monstruos, groseros y soeces. Para nosotros los padres, la debilidad, la luz de nuestros ojos, la rendición a sus pies, la tregua, la pereza del adiestramiento y la roncería, la meseta, el permitido, la vacación, el retoño. Son el fruto de nuestro abultado amor. Muchas veces pasa que nos damos cuenta que, con el tiempo, se mal acostumbran con facilidad y se vuelven insufribles, impertinentes e insolentes.
Los padres somos responsables de martillar y darles la primera forma… pero muchas veces apenas los acariciamos con el martillo. Debemos forjarlos, es nuestra responsabilidad. ¡Qué tarea tan difícil! Sobre todo cuando los vemos tan chiquitos y nos hemos cansado de pelear con los más grandes. Estos bebotes son más parecidos a nietos que a hijos.
Ahora bien, si después no me gusta el trabajo terminado, no es otra cosa que malacrianza. Y, como productores, tenemos la responsabilidad civil frente al resultado de estas cosechas arruinadas.
Habla con autoridad una estropeadora competente, madre/abuela de su tesorito, un Benjamín cualquiera.
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