66. LA MUDANZA
- Pajas Bravas
- 9 jun 2014
- 2 Min. de lectura
Para algunos, las mudanzas son el acto de traslación de una casa a otra. Ellos simplemente se levantan una mañana en la casa “vieja” y se trasladan a la “nueva”. Cargan en sus bracitos la almohada, un libro, el álbum de figuritas y la congoja de marcharse. Son los zánganos. Para otros, es un período de profundo estrés. Por lo menos, eso dicen. Entonces, llegan de la oficina e imparten órdenes tiranas y firman decretos de necesidad y urgencia que nadie solicitó. “Esas cajitas son en joda, ¿no?…, ¿qué guardaste ahí adentro? ¿Gomitas para el pelo? ¿Por qué no vas a una papelera y te comprás 30 cajas como la gente…” “Gordita, ¿no sería más práctico meter la ropa en valijas? Las bolsas de consorcio quedan tan desprolijas…” Estas, son las reinas. Y después estoy yo. La obrera. Cada caja enumerada y rotulada. Un cuaderno con la descripción minuciosa del contenido de cada una. Selecciono, empaqueto, embolso, encajono, empaco, envaso, enlato, encesto, enfundo, embalo. Soy una máquina de precisión. Las primeras cajas son fáciles. Se llenan con la vajilla y loza que guardamos para ocasiones importantes. Es cómico porque, salvo que por trasmisión hereditaria abdiquen todos en España a favor mío y yo finalmente decida usarlos, seguirán de estreno. Después comienza la discriminación de lo que podemos ir guardando, y lo que necesitamos que siga en circulación. Estas cajas se llenan con lentitud y prudencia. Mantienen un criterio sensato y esmerada simetría. Finalmente, lo inservible. El dado, una llave, el alicate, una piecita de ajedrez, el pimentero roto que es reliquia de la familia, la tapa de la mamadera, un aro, una mecha de taladro y dos manijitas de un mueble que las anda necesitando. Todo esto se va acumulando en una esquinita, esperando, tal como esperan aquellos niños que no califican por el tamiz de los líderes y van quedando relegados. Con desgano, todo termina en la última caja, la infausta e infeliz. Esa caja deplorable que produce tristeza. La desafortunada de las cajas. Esa lleva el rótulo de “Popurrí”. Podremos ser zánganos, reinas u obreras. Podremos embalar la vajilla a estrenar o el deprimente “Popurrí”. La mudanza puede ser para achicarnos, agrandarnos, acercarnos o alejarnos. Podrá ser una oportunidad o una necesidad. Hay solamente una cosa que nos une a todos y es inevitable. La nostálgica sensación de cerrar la puerta y saber que dejamos atrás tantos recuerdos, tantas memorias. La melancolía de voltear y mirar por última vez al pasado, comprender que en ese hogar, los sonidos se irán debilitando, los aromas irán menguando y la calidez desaparecerá. Se siente la repentina sacudida de la añoranza. Es mi percepción, así fue mi mudanza.
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