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64. COMO TORPES LADRONES EN LA NOCHE

  • Pajas Bravas
  • 30 may 2014
  • 2 Min. de lectura

Entradita la madrugada, con algunas copitas vivarachas en nuestro haber, varios bastoncitos de verduras untados en queso crema y los pómulos acalambrados de tanto reír, las mujeres volvemos a casa. Introducimos la llave en el cerrojo como si se tratara del bisturí en una cirugía mayor, abrimos la puerta con la misma delicadeza con la que la cerramos y nos descalzamos. En las penumbras, con el GPS femenino en el lóbulo frontal, circulamos por la casa en absoluto silencio. Somos felinos. Y, con la precisión de un ninja levitando, nos acostamos en la cama graduando la presión del colchón. Nadie notó nuestro advenimiento. Nadie. Ellos. (*) Ellos se divierten en grande, y hacen de su regreso un acontecimiento estridente. En muchos casos, el ruido comienza desde el mismo momento en que estacionan el auto. La última frenada, la palanca de freno de mano, la música a todo lo que da, el portazo y la alarma son simplemente la afinación de los instrumentos previa al concierto. En la oscuridad misericordiosa del hogar, reinaba la paz. Pero llegan ellos. Fuerzan la puerta e irrumpen en la casa con prepotencia. Quebrantan el refugio sagrado donde, minutos atrás, lo único que se oía eran respiraciones profundas. Encienden la luz del pasillo y marchan a través de él haciendo crujir la morada. Podemos percibir movimientos en las camas de nuestros hijos manifestando su molestia frente al haz de luz. Parece que es más sencillo pisar los juguetes chillones, que esquivarlos. Abren la puerta de nuestra habitación, y la luz que ingresa no es suficiente para evitar que se lleven la cama por delante. No sabemos que es peor, si la entrada escandalosa, si el resplandor del foquito del pasillo, si el cismo provocado por la patada que recibió la cama, o los insultos agraviantes. Los insultos. Para no ser repetitivos y patear algún otro mueble, deciden iluminar la habitación por completo. Ahora sí, giramos para exteriorizar nuestro descontento. Pero ellos siguen en su mundo y en sus tiempos. En algunos casos de verborragia, tienen inclusive el tupé de hacer comentarios en voz alta. También están los que deciden pegarse una duchita y no cierran la puerta del baño. Y, cuando por fin deciden apagarse, atraviesan las sábanas y se embuten como si lo que estuviera queriendo dormir del otro lado de la cama fueran 50 kilos de fiambre. Ni hablar de las incesantes intenciones de estos personajes inconexos que parecen perseverar en ese “único” tema. Daría la sensación de que no estarían pudiendo darse cuenta de que las condiciones no estarían dadas. Son horarios desubicados y nosotras podríamos estar irritables. Pero en muchos casos, prefieren correr el riesgo. De todas maneras, y contra todo pronóstico, ¡los queremos tanto!

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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