60. DÍAS LINDOS
- Pajas Bravas
- 21 may 2014
- 2 Min. de lectura
El día está gris, para mí que ando en auto, y para el que anda a pie. Y esas gotitas diminutas que pegan incesantemente se tornan muy molestas.
Con pequeños gestos, hacemos que el día brille bajo éste manto gris. Me pasó justamente hoy. Me levanté cinco minutos antes y, créanme, hizo la diferencia. El desayuno fue cariñoso, compartí unos cuantos mates con mi marido, les hice bromas a los chicos y les robé, lo que nunca a esas horas, una sonrisa en la gama de los marrones achocolatados. Ya estaba bien predispuesta para un lindo día.
Y, cuando el regocijo producido por la risita sin dientes de mi hijo me habilitaba a circular con esa estúpida mueca, llegué a una intersección simultáneamente con otro auto. Lo dejé pasar y a través del vidrio pude ver una cara llena de dientes sonriendo con la mano en alto, agradeciendo. Sentí vértigo en el estómago, un lindo vértigo de endulzada embriaguez. Con qué pavada, ya el día comenzaba a resplandecer. Entonces, con guiños amables dejé pasar a otro conductor, y le di paso a un peatón, y no me enfurecí en la rotonda, y en cada caso, robé francas sonrisas de gratitud.
Llegué al trabajo manejando mi algodón de azúcar. Me bajé con ganas de pasarla bien, de disfrutar éste día tan exquisito. Es increíble lo dulce que se vuelve todo cuando, con pequeñas actitudes que no demandan ningún esfuerzo, logramos dulcificar nuestro día y el del resto.
Esto que digo, no es de erudito, ya lo sé. Pero a veces es bueno que nos recuerden las obviedades. Si somos amables, esto mismo se contagia y nos vuelve porque se trata de una dulzura viral.
“Algunas personas causan felicidad a donde van; otras, cuando se van” Oscar Wilde
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