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47. MI HIJO ADOLESCENTE

  • Pajas Bravas
  • 15 abr 2014
  • 2 Min. de lectura

Che, mi hijo está enorme. Me hace sentir cada vez más diminuta. Solía tirarme encima de él sin dificultad, le sostenía los brazos con mis rodillas y le hacía cosquillas hasta el borde del llanto. Últimamente, como despidiéndose de la infancia, me pide un round en el ring del cosquilleo donde el enfrentamiento está bastante empardado. Evitando dañarme, le pido que se acueste en el piso y que intente no ser bruto, porque a la primera que quiera liberarse de mí, salgo despedida. Donde crecía pelusita, ahora hay cardos, una sombra de bigote. Es imperioso el uso del desodorante. Ya no quiere que le caliente el Nesquik y se lleva los cereales en la mano mientras toma la bicicleta y se va hasta que anochece. Hay días que se comería media res y otros que está famélico. No quiere que lo bese tanto, salvo cuando nota que lo embadurno de besos a su hermano. Entonces, medio enojado consigo mismo, me exige algún beso de buenas noches. Tiene sus temas y sus secretos. Ya no somos tan confidentes. Por momentos, necesita que su aureola de privacidad imaginaria se amplíe. Con brusquedad nos expulsa a todos. No mide su fuerza ni conoce sus humores. Es canchero y experto profesional. El niño desafiante y rebelde se comió al sumiso. Está más contestador y pendenciero. Me gusta que siga los lineamientos del manual Kapelusz del adolescente, no esperaba otra cosa. Pero por momentos agita los aires de una casa frágilmente armoniosa y me olvido de que esto está bien que ocurra. Las cuestiones de hombres las habla con su padre. Sus pasiones me aburren tanto como imagino le aburren mis monólogos de la buena educación. Es tan lindo verlo crecer. Sentir que se pone alto y fuerte. Notarlo sano. Ver como aclara sus ideas y se va convirtiendo en un hombrecito. Está desplegando sus alas mi muchachito. Está practicando caídas libres, golpeándose contra todo, lastimándose y a veces lastimando a los que queremos frenarle el golpe. Necesita estos sobresaltos para aprender a volar con destreza. ¡Amo ésta etapa de la vida que me toca vivir! Ayer llevé a mi hijo al pediatra. Le anda quedando apretado el término "pediatra". La vez anterior, cuidando su intimidad, lo dejé avanzar solo al consultorio. Recuerdo haberme quedado sentada en la sala de espera sintiéndome viejita. Esta vez, justo antes de estacionar y, manteniendo la línea de madurez y discernimiento que impostaba, mi hijo me dice: “Ma, ¿ésta vez me podés acompañar?”… Tuve palpitaciones de emoción, se me llenaron los ojos de lágrimas y me costó estacionar. Tardé en contestarle porque no me salía la voz. Al diablo con la adolescencia y la rebeldía… Yo sabía que adentro de este tipo estaba mi hijito. En estado de éxtasis y en medio de una enorme excitación le dije: “Dale, no hay problema”. Snif.

 
 
 

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¿Quién está detrás de
Pajas Bravas? 

Me llamo Valy. Desafortunada en el juego, tengo toda mi fortuna en casa. Soy mamá de tres varones y de una mariposa que voló hace cinco años. Atrapada en un duelo durísimo, encontré la salida a través de Pajas Bravas, el rincón que me liberó y desde donde hoy simplemente escribo...

 

Y justo, cuando la oruga pensó que era el final, se convirtió en mariposa

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