45. EL ENCANTO DEL MARKETING
- Pajas Bravas
- 11 abr 2014
- 1 Min. de lectura
Estaba en la góndola de los productos de limpieza, frente a los líquidos limpia pisos. El de lavanda que compro habitualmente, no estaba. Entonces me puse a investigar otras opciones. El azul tiene una fotografía divina. ¿Qué aroma dice que tiene? ¿Brisa Polar? Mmmmhh... ¿Brisa Polar? ¿Qué será? Debe ser el olor que desprende el hielo cuando le pega un poquito de viento. A ver este… ¡Qué divino, fragancia a Bebe! Imagino que será exquisito. Cuando pienso en el aroma de un bebé me imagino su boquita colmada de encías y el primer aliento de la mañana. Un soplo angelical que se va alterando con los principios de fermentación láctea. Las regurgitaciones aportan madurez y cuerpo. Estos bebitos, exageradamente tapados por sus madres para que activen su sistema de refrigeración, despiertan de sus siestas empapados. Si uno tiene la suerte de meter la nariz en sus enrollados cuellitos, puede percibir notas de algún ácido rancio virgen e inmaculado. Ahhh, ¡me quedaría a vivir en esos cuellitos! Otro momento de deleite olfativo es cuando le quito las crocks y emergen esos delicados piecitos regordetes, milagritos de la vida, pulcros y nacarados, en total estado de fundición. Y tomen nota que no voy a tocar el tema de los pañales. Si así lo hiciera, todo esto se volvería vulgar y ordinario, y esto se trata de mantener siempre el glamour. Los bebés, seres blancos e inocentes, conjunto de aromas benditos, suaves inciensos de benignidad. Bebés, bálsamos naturales, emanaciones de fecunda pureza, perfumes de la vida. Al imaginarme fregando el piso con todas estas fragancias juntas, me decidí por el de pino.
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