31. LOS PASOS DEL TIEMPO
- Pajas Bravas
- 11 mar 2014
- 1 Min. de lectura
Esta mañana me levanté madura. El colágeno y la elastina se habían marchado, creo, para siempre. El pliegue del cubre almohada hirió mi mejilla produciendo un surco que descendía desde el párpado hasta la mitad del pómulo. Scarface. Miré mi rostro con mayor detenimiento. Una huella asciende sobre mi nariz dando separación a las cejas. Son huellas del tiempo, profundas. Veo mucho enojo en estas marcas. Se pueden escuchar gritos y planteos enfurecidos. Por otro lado, en esas trazas hay concentración, hay horas de profundo pensamiento. Son señales de un ensimismamiento, son estampas de meditación. A los costados de la boca, dos Caminos del Inca en mi epidermis. Se produjeron por hablar de más, por no comprender cuándo era el momento preciso para cerrar la boca. Pero se profundizaron, asimismo, por no callar lo que pienso. Y se hicieron hondas por reír a carcajadas. Por morirme de risa. Debajo de los ojos, el lecho de un río seco ramificado. El tallado del cauce formado por el correr de lágrimas desoladas. El rastro del desconsuelo. La impresión de una vista encandilada. También, el grabado de una sonrisa completa. El marco perfecto de la expresión de felicidad. Mi cara habla. Se hace entender. Es una fisonomía viva. Lleva consigo el mapa de todos los momentos por los que atravesé. Aunque intente ser más constante o más generosa con cremas que retrasen estos rasgos esculpidos, el tiempo hace mella. ¡Hace mella porque estamos vivos! Me voy a trabajar con el pliegue del cubre almohada en el rostro, feliz de ver el sol un día más.
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