30. DIFERENCIAS DE GÉNERO

Que difícil me resulta confesar lo que pienso en esta época de feminismo, intolerancia y bastante poco respeto a la opinión del que piensa distinto. Y lo que confiese puede parecer arcaico pero sólo pido que, así como a veces me toca escuchar con cortesía criterios de los cuales no coincido en lo más mínimo, se respete la opinión de una mujer cualquiera. Estoy encantada con poder trabajar, votar, manejar, ser Presidente si se me diera la gana, todo esto me parece maravilloso. Sin embargo, me gusta ver en la mujer la sensibilidad y la ternura que son sus ingredientes esenciales. Esto que se entienda bien, creo en la igualdad entre el hombre y la mujer. Me gusta que el fin de semana pongamos la mesa juntos, que él haga el asado y yo la ensalada, que él corte el pasto y yo haga los canteros, que él lea el diario en el sillón y yo escriba en la computadora. Pero no puedo negar que en los roles compartidos hay diferencias de género, y ¡bienvenidas sean las diferencias! Nosotras renegamos con los hijos, los exámenes, rezongamos en el trabajo, lidiamos con el supermercado, los descuentos, las comidas, los piojos, los pooles. Ni hablar del inoportuno “Gordita ya que estás, ¿podrás llevar el traje a la tintorería?” y la gordita va con el tesorito de un año y medio, estaciona a tres cuadras, vuelve con el tesorito y el traje en brazos, los músculos quemándose sobre-fatigados en estado de catabolismo, el inagotable llanto del borrego y los movimientos retorcidos imitando una babosa salada complican la enredada maniobra de sujetarlo a la butaca, entonces al borde de un surmenage apoya el traje en el techo del auto inmundo y “voilá”, todo estropeado: el traje, el chico, la madre y el humor. Por supuesto que de noche tenemos que estar “disponibles”, sonrientes y agradecidas. Y llegando al sublime punto de ebullición, se corta la llama con un golpecito tímido en la puerta: “Maaaa, tenemos que rezar”… Hay que pasar de la Femme Fatale a la Carmelita Descalza sin perder el juicio. Manejamos una línea muy delgada de equilibrios emocionales que dependen de nosotras. Los reclamos de nuestros esposos, los pedidos de nuestros hijos, las demandas de nuestros padres. Pasamos sin que se nos corra el rimel de: “La picada es para tu papá, la tocas y te corto los dedos” al “No gordo, los yogures griegos son de los chicos, ¿por qué no te servís del sachet?”. Y siempre tratando de evitar susceptibilidades. Los hombres podrán llevar menhires y construir Stonehenge pero la fuerza de las mujeres a la que hago referencia es otra. Es mental. Sin embargo, como decía al principio, hay diferencias de género (hablo en general, por supuesto). Los hombres tienen sobre sus hombros el peso inmenso de sacar adelante la familia o peor aún, las familias. En muchos casos trabajan incontables horas bajo mucha presión, una presión de la cual estamos ajenas. Jefes infames, compañeros serrucheros de pisos, impuestos que estrangulan, lluvia en abundancia o en escasez, isoca y pestes, reducción de personal, el merval, el neisvac, el dow jones, y la mar en coche. Son hombres que, no cambian pañales ni se les pasa el arroz, pero en sus cabezas tienen sus propios quehaceres. Así como creo que el papel del hombre es el de proteger, abrigar, sostener y auxiliar a su mujer, me gusta seguir viendo en nosotras la sensibilidad, la pasión, la mujer del regazo cálido, la de la caricia delicada, la del oído pronto, la que acompaña y cuida a su marido. Ese rol tan femenino le sienta de maravilla.

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