28. MOMENTOS INVALUABLES
- Pajas Bravas
- 7 mar 2014
- 2 Min. de lectura
Quiero compartir esta pequeña gema, porque sería egoísta de mi parte no hacerlo. Y por otra parte, al describirla, la eternizo. Mi Benjamín, o el Benjamín de la vida como le gustaría al Tata que finalmente entendiera, está queriendo dejar los pañales. Y alrededor de este hecho tan simple para el raciocinio del adulto, se esconde la magia de la inocencia. Show time. Viene corriendo por el pasillo gritando “¡Puvi, puvi, ahhhh, puvi!” (la etimología de la palabra “puvi” deviene de la fonética de “pufi” que es como se ha denominado en casa a la acción de ir de cuerpo). Si me dejo llevar por su carita, parece que tenemos el tiempo justo para llegar al baño, pero nunca es así. Avisa con algunas horas de antelación, con lo cual corremos al baño docenas de veces. Desde la primera advertencia, lo dejo en cola y remera. Solamente de ver a este corchito, me vuelvo loca. La gema a la que hacía referencia, es la conversación que se produce en la intimidad del baño. Benjamín, sentadito en posición, con cara de circunstancia. Sus piernitas, flácidas, cuelgan al vacío. Sus brazos, en forma de trípode, se apoyan en la tabla para no caer hacia adentro. Yo me siento en el piso para estar a su altura y disfrutar de la función en primera fila. Me mira y se ríe. Me comenta todo lo que puede. “¿Y mamy?” me pregunta, y se responde riendo “Aí ta mamy”. No puede señalarme como lo haría con los pies en la tierra, porque pierde el balance. “¿Y Uan?” pregunta por su hermano, se contesta mientras yo me rio porque ya sé que lo que viene “No ta Uan. ¿Y Dirty?” pregunta por su otro hermano (que se llama Jerónimo, pero decidió rebautizarlo). Y así estamos un rato hasta que se da vuelta para mirar hacia adentro y dice con picardía: “No aió” (no salió) No sé si estoy transmitiendo el grado de deleite de estas conversaciones secretas. Son reuniones tan trascendentales como las habrán sido las de Eisenhower, pero estas son mías. Después de varios simulacros, el desenlace. Corremos al baño y nos ubicamos en posición. La conversación se torna difícil, como troquelada entre gemiditos. Aprieta los dientitos y se pone colorado. Me relata un poco más de lo que puede. Todo lo que me dice es importantísimo. El ambiente se pone denso, la consumación es evidente. Él está feliz. Se da vuelta y mira. “Puvi aió” (pufi salió) y sonríe. Se pone en pie con dificultad y, como si se tratara de un ritual, mira con nostalgia y dice repetidas veces “Bye, bye, puvi”. Despide con la mano mientras yo toco la cadena. Si esto no es inocencia, si este instante no es valioso, si pasa inadvertido, no me lo merezco. Y quiero merecérmelo, porque este chiquito revaloriza estos soplos de la vida. Ojalá Uds también se regocijen en estos preciados momentos del presente, insignificantes para el inconmovible, pero ciertamente invaluable por donde se lo mire. “Si de verdad quieres ser feliz, no caigas en la tentación de comparar este momento con otros momentos del pasado, que a su vez no supiste gozar porque los comparabas con los momentos que habían de llegar” (André Gide)
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