27. METAMORFOSIS
- Pajas Bravas
- 5 mar 2014
- 2 Min. de lectura

Ellas, las divas del lugar. Una al lado de la otra en masa. Se ubicaron delante de mí y me observaron entre curiosas e irreverentes. Hubo, nuevamente en mi vida, otro punto de inflexión. Nos contemplamos mutuamente. Ninguna se movía de su lugar. Ni siquiera pestañeábamos por temor a descuidar la retaguardia. Más que mirarnos, estábamos escudriñándonos. Podía sentir en mis ojos, tintes de cobardía y pánico. En los de ellas, nada. No había discernimiento en la cavidad que se forma entre un ojo y el otro. Era una mirada perdida, como de quién recién se levanta. Había total escasez de perspicacia y carencia de lucidez. Sentía que podía atravesar sus córneas y hallar el simulacro de un cerebro sin ejecución. Eso encerraba su mirada, ausencia de inteligencia. Así eran ellas, curiosas. Yo también. Ellas se movían en masa. Eran todas iguales, como si quisieran incuestionablemente parecerse. Hechas en serie. Y cuando una tomaba la iniciativa de salir a tomar algo, el resto las seguía hipnotizadas frente al impulso de un líder. Viven una vida plena, sin muchos altibajos. Se preocupan mucho por mantener la línea. Su dieta, a base de mix de vegetales, y sus largas caminatas, las mantienen en forma. Es, básicamente, una de sus mayores preocupaciones. Podría decirse que la mía también. Volverse irresistible para el padre de sus hijos es otra de sus metas. Ser más atractiva que el resto. También comparto esto. Bambolear las caderas y ovular a tiempo es parte de su encanto. La apatía, la pereza y la indiferencia son sus características principales. Su fuerte, nuestro fuerte, es sin dudas la maternidad. Gestamos, amamantamos y cuidamos a nuestros bebés a sol y sombra. Los educamos y enderezamos. Los acompañamos en sus primeros pasos, los criamos para que crezcan sanos y fuertes. Les obsequiamos nuestra genética. Los protegemos con nuestra propia vida. Proyectamos en ellos todo lo que no hemos logramos nosotras. Y finalmente de grandes nos ponemos tercas y obstinadas. Nos volvemos pesadas. La piel se pone flácida y aparecen los sobrantes. Somos seres de recambio. Me mareé, perdí el hilo conductor. Estaba describiendo mi estadía en el campo, en la hermana Banda Oriental, y ese instante que tuve a un grupo de vacas delante mío. “Paaaá…” dirían los uruguayos, “ahora que lo pienso bien, que parecida que soy a la vaca”. Ellas eran las de la mirada inquieta, con tintes de susto y miedo. Claramente yo era la de la otra mirada.
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