25. DEUDAS OFFSHORE
- Pajas Bravas
- 26 feb 2014
- 2 Min. de lectura
Un continuado de disgustos puede hacer de una frase, una falacia. Todo comenzó anoche con el vuelco del jugo de naranja de Benjamín sobre su plato de sorrentinos. Ya no tenía nada más para ofrecerle, asique le pasé los míos. No sería ni la primera ni la última vez que me iría a dormir comprobando la teoría de Pavlov. Ahora que lo pienso, comenzó inclusive antes, con el forcejeo intentando que se fueran a bañar. Esto no alivió mi cólera que, aparentemente venía de acontecimientos anteriores. Está claro que, hacer marcha atrás y arrastrar dos metros la bicicleta que tiraron detrás de mi auto, no es lo ideal si uno ya anda arrastrando su mal genio producto de una desafortunada contestación del segundo hijo. Aunque en realidad, tampoco colaboró que el descuento que hacían en la zapatería fuera por pago en efectivo ya que lo había dejado olvidado en casa debido a una discusión con el mayor de mis hijos. El detalle del manotazo de Benjamín en el supermercado y los frascos del chutney de Narda Lepes estrellados en el piso no hubieran sido tan graves si no hubiera estado tan furiosa con él por haber rayado mi auto con una piedra. Ni que hablar de llegar a casa al mediodía y encontrarlos en pijama echados en el piso mirando una película cuando tendrían que haber terminado el “Summer Booklet”. Esto tampoco favoreció a mi temple que permanecía tensionado fruto de un arrebato causado por la psicopedagoga de mi hijo que me confirmó un segundo disléxico. Lo que causó mi enajenamiento en realidad fue que diera por sentado que yo soy la causa de todos sus males y, con la factura de sus abultados honorarios en mano, fortaleció mis inseguridades como madre. Entonces, anoche justo antes de explotar, cuando la mecha llegaba a la carga, lancé mi frase fulminante: “Uds, chicos, me deben mucho más que la vida!”. De golpe, el silencio. No había nada más para agregar. Rogué que se fueran a dormir sin cuestionar mi expresión. Fue un argumento que parecía sólido, pero sin sustento. ¿Qué quise decir? En realidad, ¿a qué deuda me refería? ¿A la del chutney? ¿El descuento de los zapatos o los honorarios de la psicopedagoga? ¿El plato de sorrentinos? ¿Cómo se cancela? ¿En billetes? ¿En especies? ¿En horas de sueño o en litros de nafta? Esto es claramente un incobrable. Esto figura clarísimo en ese “Contrato Aleatorio” que se firma en el minuto en que confirmamos que vamos a ser madres. Es un contrato que especifica en letra bien grande que se trata de una compra de esperanza, es decir, que se adquieren los frutos futuros de una cosa corriendo el riesgo de no hallarlos, pero pagando siempre su precio, independientemente de que no llegaran a existir. En definitiva, son deudas offshore, porque las madres somos verdaderos paraísos fiscales.
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