20. SAN VALENTÍN
- Pajas Bravas
- 14 feb 2014
- 2 Min. de lectura
Ahhhhh. ¡Qué hermoso! Shhhhh, dejen que me empalague un año más. Cierro los ojos y respiro pausado. Todo a mí alrededor lleva su nombre. Pobre hombre, el sacerdote del amor, cuanta cursilería toda junta. De golpe y sin aviso se convirtió en un osito de peluche que sostiene, sin sentido alguno, un corazón aterciopelado envuelto en papel celofán rojo coronado con un colosal moño… rojo. Bello. Que no se entienda mal por favor, fue un poco de ironía frente a tanta necesidad de presentar todo dulce, suave y rojo. Me encanta el Día de San Valentín, me fascina ver parejas felices, sus salidas, los regalitos, los chocolates, las flores y el cortejo. Me hechiza el amor. ¡Levanto la copa y brindo por el Día de los Enamorados! Cuánto mejor que repudiar es enaltecer la pasión, proclamar afecto y vitorear la atracción. El tema que surge cada 14 de febrero desde que comencé a interesarme en chicos, es que no puedo prever en qué estado recibiré al Santo de Valentín. No me considero extravagante, sin embargo esta fecha me produce reacciones incongruentes y una llamativa incoherencia sentimental. San Valentín y mis estados de ánimo paradójicos: Me ha encontrado en los bracitos de algún ser tierno, sensiblero y patéticamente llorón, en el refugio de un hombre común ni tan delicado que empacha ni tan macho que fastidia, me ha sorprendido frente a un ganso malparido, y también me ha descubierto sola y mi alma. Me he conmovido con alguna carta que se presumía fina y elegante, me he reído hasta la lágrima de los angelitos regordetes y sus ridículos rulos, me he asqueado de tanta glotonería, me he embriagado en pétalos y los he vomitado, me he emocionado y me he burlado, me he ofendido con algún novio desatento y me he descuidado con algún otro, he sorprendido. El acontecimiento me ha importado mucho, poco, un bledo, lo he ignorado por completo. He esperado la cita ideal planeando el vestuario con dos días de antelación y he prefiero quedarme en casa mirando “La Familia Ingalls”. Amé con locura a mi marido anti almidonado que, cansado de mis floridos reclamos, me revoleó el primer ramo de fresias con gesto inerme como quitándose de encima un peso que lo agobiaba, y eso me llenó de ternura. Es el mismísimo amor en estado crudo. Bienaventurados todos aquellos que saborean el dulzor del merengue, dichosos los favorecidos. Y a los que no, ríanse de la indigesta situación de los saciados que se empachan, colman e hinchan.
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