12. LA MEJOR PESCADERÍA DEL MUNDO
- pajasbravas
- 3 ene 2014
- 2 Min. de lectura
Hoy recorrí los pasos de mi abuela en silencio y fui espectadora sigilosa de un mundo madrugador de gente solitaria. Mi abuela compra el pescado en la mejor pescadería que existió nunca jamás. Queda muy lejos de su casa, pero espera que la llevemos o se paga un remise que le cuesta el triple de lo que gasta en calamares. ... Esta mañana salí de casa bien temprano para hacer algunos trámites y encontré estacionamiento justo frente a ésta, la mejor pescadería del mundo. Una corriente nostálgica me recorrió la razón y los sentidos, y no tuve pretextos para evadir lo que ya era un hecho, tenía que recorrer los pasos de mi abuela. Entré, el olor a lavandina y las persianas a medio abrir confirmaban que recién abrían el local. Sin embargo delante de mí, ya esperaban alrededor de diez ancianos haciendo una cola. Me sorprendí de ver tantas abuelas como la mía. Saqué un número y me quedé quieta, mirando el espectáculo, meditando. “Hola Mirta, ¿cómo está su brazo?” … “Me alegro. ¿Lleva el filete de siempre? Mire que hoy tengo a la romana” … “Perfecto entonces, el filete de siempre. ¿Apareció su perro?” … “Bueh, si me entero de algo, le aviso. Son $8.” … “¡Gracias por las monedas! Un gusto verla tan bien, vuelva que la extrañamos.” “Que tal Don Domingo. ¿Cómo está hoy? ¿Cómo anda la Academia… ¡mejor no le saco el tema!” … “Yyyy, vio como es esto, de futbol y de política no hay que hablar para no hacerse mala sangre. ¿Que lleva hoy?” … “Lleve de brótola, se la cobro como de merluza. Son $8.” … “Hasta la semana que viene Don Domingo, saludos a su hija.” Y esto fue así, uno a uno los diez viejitos se deleitaron con la atención de cinco minutos por reloj que les dedicaba el vendedor de pescados. Hablaron de temas muy variados como nietos, recetas, enfermedades, y demás detalles de la vida que confluían en un mismo común denominador obvio, la soledad. Llegó mi turno y no sabía que pedir. Con lo que había visto y escuchado, ya me llevaba demasiado. De todas formas, me embolsaron unos filetes, en mi caso fueron diez, tuve que pagar $78 y la única pregunta que me hizo el vendedor de pescados fue: “¿Algo más, señorita?” Entendí por qué era la mejor pescadería del mundo. La distancia, el remise, el incordio, todo cobró sentido y hallé la respuesta de tantos años en los que la juzgaba erróneamente. La travesía valía cada centavo; la charla y la dedicación, cada segundo. “Valy, nunca llegues a vieja”, me dijo mi bisabuela cada vez que pudo. Cómo es inevitable, tendré que ir pensando que yo también tendré mi pescadería favorita y allí compraré mi filete.
Comments