8. FLORECER DESPUÉS DE LA TORMENTA
- Pajas Bravas
- 30 dic 2013
- 1 Min. de lectura
Las tormentas me devuelven el ser primitivo con el que coexisto. Las siento llegar en la piel, las olfateo y me sitúan en posición de inferioridad. Me encantan, pero al reparo. La lluvia copiosa, el sonido, las fragancias, el gris, todo me sensibiliza. La inclemencia tras un ventanal con el hogar prendido, un vaso de whisky y aquella linda compañía es una cosa, la que te toma por sorpresa y te desnuda y te hiela, es otra. Del temporal que cachetea y desubica siempre hemos podido salido a flote. Aunque en el momento del diluvio sintamos que agonizamos, que nos ha abandonado, seguimos respirando y pestañeando lágrimas. Hay que salir con vida. El día comienza a aclarar, y con los primeros rayos de sol, se ven gemas brillar en las hojas. Se aquietan las sacudidas y se templan las emociones. Aunque somos forasteros de esta nueva realidad, tomamos el control. Vuelve la paz. Se escucha la quietud, podemos oler el silencio. Somos vencedores de tormentas. Nos descubrimos resilientes. La calidez y el resplandor de ese sol que apacigua, es estampa de nuestros triunfos. Le hemos ganado a los vicios, a la soledad, al divorcio, a la depresión, al desarraigo, a la ausencia. El astro rey que vuelve después de una tormenta, no parece el mismo. Brilla con más intensidad, alumbra de manera incandescente y su calor abriga el miocardio que casi abdica. Podemos valorar su bondad y generosidad, somos receptores de dicha. Nosotros también cambiamos. Con mucha más energía y en estado de agradecimiento, nos damos cuenta que realmente la tormenta nos ha fortalecido. Germinamos. Nace Benjamín.
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