2. MI QUERIDA VOCACIÓN
- Pajas Bravas
- 21 dic 2013
- 3 Min. de lectura
Conocer tu vocación y tener la fortuna de poder ejercerla, que estado sublime. Vocación por tu carrera, por tu trabajo, por lo que haces. Estoy convencida que todos tenemos vocación, la de algunos es más palpable, es un rugido tan vivo e inquieto que hasta los de afuera lo escuchamos. Otros, como en mi caso, tenemos que viajar un tiempo hacia adentro y tener una charla íntima y sincera con nuestra conciencia. El clamor de las vocaciones en estos casos es manso y sumiso, por lo que muchas veces no le prestamos atención o directamente decidimos ignorarlo. Pero, aunque sea en estado afónico, la vocación vive. Hay algo para lo cual fuimos llamados, algo en lo que somos buenos. El problema es confundirse por considerarse bueno en varias labores. Esto que digo, soy yo. Siempre fui muy buena en las matemáticas, me gustaban las ciencias naturales, geografía, arte, y si agarro el currículo del colegio al que asistí, la lista debe seguir. Yo era una mujer “bachillerato”, abarcaba mucho, no apretaba nada. Algo que me confundió siempre fue: “sos la esencia misma de tu padre”. No cabían dudas, lo mío eran las ciencias económicas. Al salir de orientación vocacional con la idea fija de seguir Actuario, dos amigas casi se infartan. Las dos intentaban hacerme entender que yo era humanística, pero ya le había puesto una mordaza a mi vocación para que no siguiera taladrando mi conciencia. El mundo está lleno de profesiones y oficios ocupados por personas sin vocación. Sospecho que tendríamos una educación superior si todos los docentes tuvieran la real necesidad de acompañar con amor a los chicos en el aprendizaje. Me sorprende escuchar que hay maestras que se quejan de aquel chiquito que va un poco más lento, que les pesa tener en la clase chicos con dificultades en vez de apoyarlos. En mi opinión, una maestra es instrumento fundamental para animar, estimular, alentar y exhortar. Pero también tienen el poder de aniquilar el autoestima de un niño. Otros que tienen en sus manos el futuro de miles de familias son los políticos (sin referirme a ninguno en particular, sino a todos en general) que en muchos casos llegan a la cima de sus carreras por ambición. No veo en ellos la vocación de servicio que requiere el cargo. Hace unos años viví cuatro meses en terapia intensiva pediátrica con mi hija. Estuve en carne viva. Una psicóloga venía a visitarme dos veces por semana. Su vocación era el paisajismo o la pastelería, pero ciertamente no era la psicología. Mi juego consistía en cambiarle la historia cuantas veces fuera posible, a cara de piedra, y haciéndola cada vez más inverosímil. Comenzó con la verdad, mi gordita era la tercera hija, sufría una enfermedad neuro-metabólica, tenía marido estable, era cristiana, en fin. Pasé de ser madre de ocho hijas mujeres y siete varones, a ser madre soltera de un narco dealer, a lesbiana con inclinación al paco. Ella anotaba todo con cara de muñeca de pin y pon en una hoja de block congreso que evidentemente luego usaría para anotar el celular del tipo de la zinguería. Un amor la psicóloga, no me ayudó mucho porque terminé loca como una cabra, pero me hizo pasar momentos de esparcimiento. Cuando mi hija (que lindo llamarte hija, Panchita!) partió, yo creí entender que mi vocación me decía que tenía que meterme en la Unidad de Cuidados Intensivos y ayudar a recorrer este duro camino a otras mamás. Me sentía mucho más capacitada que mi amiga la psicóloga. Además, las que pasamos por estas pérdidas, mucha veces escuchamos únicamente a otras que hubieran transitado por lo mismo. Yo tenía el título de “Alma Mocha”. Me pasé tardes enteras en la sala de espera del hospital esperando que me llamaran para ayudar. Mi marido, con tal de recuperar a su mujer, me dejaba enloquecer en paz. Pero en el hospital nunca me dieron el lugar, y creo que me hicieron un favor. Era la manera que tenía de morirme con mi hija, y hubiera abandonado ya de manera efectiva a mis otros dos hijos. Pero un buen día, la encontré dormidita. Nunca nada de lo que hice me dio tanta satisfacción como escribir. Siempre lo hice en la intimidad, un papel blanco que cumplía el rol de terapia, luego bollo y a la basura. Ahora me despierto en la madrugada con una idea, la desarrollo hasta que me duermo o me levanto y prendo la computadora. Me excita escribir. Me oxigena. Puedo revivir a mi hija entre otras cosas. Y lo más importante, pude despertar a mi vocación que dormía exhausta de aguardar. Todos tenemos una vocación.
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